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Laminas para desarrollar la actividad libro de ideas de la habilidad de empatía









Cuentos para desarrollar la actividad de los títeres de la habilidad de empatía

La banda de los gatos molestones
Había una vez una ciudad repleta de ratones. Los ratones vivían en una vieja fábrica abandonada y no hacían mal a nadie. Cerca de allí, en medio del campo, una banda de gatos vivía en una vieja casa destartalada y ruinosa. La comida era escasa y la convivencia insoportable. Un día llegó a oídos de los gatos la noticia de que cerca de allí había cientos de ratones.Tendremos comida para varias semanas -dijo uno de los gatos. La banda de gatos se puso en marcha. Cuando llegaron, los ratones corrieron espantados y se dispersaron por toda la ciudad en casas, tiendas, colegios y oficinas. Los gatos tomaron la vieja fábrica para convertirla en su hogar y empezaron a deambular por las calles, pero los ratones se sabían esconder muy bien y los gatos tenían mucha hambre, empezaron a revolver en la basura, a robar en las tiendas y en las casas.
Entre los perros empezó a correr la voz de que era momento de hacer algo. Todos se pusieron de acuerdo para actuar a la vez.-Nos acercaremos de noche a la guarida de los gatos y los asustaremos para que se vayan de aquí -dijo el perro más joven. Somos muchos, pero no suficientes -dijo uno de los perros veteranos-. Si nos ven llegar nos acorralarán en su guarida. -Llamemos a los ratones -dijo entonces el joven-. Ellos son miles. Unos cuantos valientes pueden hacerlos salir. Los ratones y los perros se aliaron para deshacerse de los gatos, que huyeron despavoridos al ver cómo miles de ratones y unos cuantos perros caían sobre ellos.

Un conejo en la vida
Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor, Carlos. Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable. De pronto el coche se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con voz ronca:
- ¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!
- ¿A quién, a quién?, le preguntó Daniel.
- No se preocupen, respondió su padre-. No es nada.
El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio, empezó a sonar una canción de moda en los altavoces.
- Cantemos esta canción, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás. La mamá comenzó a tararear una canción. Pero Daniel miró por la ventana trasera y vio tendido sobre la carretera el cuerpo de un conejo.
- Para el coche papi, gritó Daniel. Por favor, detente.
- ¿Para qué?, responde su padre.
- ¡El conejo, le dice, el conejo allí en la carretera, herido!
- Dejémoslo, dice la madre, es sólo un animal.
- No, no, para, para.
- Sí papi, no sigas - añade Carlitos-. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de animales. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes.
- Bueno, está bien- dijo el padre dándose cuenta de su error. Y dando vuelta recogieron al conejo herido.
Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una patrulla de la policía, que les informó de que una gran roca había caído sobre la carretera por donde iban, cerrando el paso. Al enterarse de la emergencia, todos ayudaron a los policías a retirar la roca.
Gracias a la solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al veterinario, que curó la pata al conejo. Los papás de Daniel y carlos aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se curara
Unas semanas después toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más feliz en libertad.

Fabula el cazador y el pescador
Había una vez dos hombres que eran vecinos del mismo pueblo. Uno era cazador y el otro pescador. El cazador tenía muy buena puntería y todos los días conseguía llenar de presas su enorme cesta de cuero. El pescador, por su parte, regresaba cada tarde de la mar con su cesta de mimbre repleta de pescado fresco.Un día se cruzaron y como se conocían de toda la vida comenzaron a charlar animadamente. El pescador fue el que inició la conversación.– ¡Caray! Veo que en esa cesta llevas comida de sobra para muchos días.– Sí, querido amigo. La verdad es que no puedo quejarme porque gracias a mis buenas dotes para la caza nunca me falta carne para comer.– ¡Qué suerte! Yo la carne ni la pruebo y eso que me encanta…  ¡En cambio como tanto pescado que un día me van a salir espinas!– ¡Pues eso sí que es una suerte! A mí me pasa lo que a ti, pero al revés. Yo como carne a todas horas y jamás pruebo el pescado ¡Hace siglos que no saboreo unas buenas sardinas asadas!– ¡Vaya, pues yo estoy más que harto de comerlas!…Fue entonces cuando el cazador tuvo una idea brillante.– Tú te quejas de que todos los días comes pescado y yo de que todos los días como carne ¿Qué te parece si intercambiamos nuestras cestas? El pescador respondió entusiasmado.– ¡Genial! ¡Una idea genial! Con una gran sonrisa en la cara se dieron la mano y se fueron encantados de haber hecho un trato tan estupendo.El pescador se llevó a su casa el saco con la caza y ese día cenó unas perdices  a las finas hierbas tan deliciosas que acabó chupándose los dedos.– ¡Madre mía, qué exquisitez! ¡Esta carne está increíble! El cazador, por su parte, asó una docena de sardinas y comió hasta reventar ¡Hacía tiempo que no disfrutaba tanto! Cuando acabó hasta  pasó la lengua por el plato como si fuera un niño pequeño.– ¡Qué fresco y qué jugoso está este pescado! ¡Es lo más rico que he comido en mi vida! Al día siguiente cada uno se fue a trabajar en lo suyo. A la vuelta se encontraron en el mismo lugar y se abrazaron emocionados. El pescador exclamó:– ¡Gracias por permitirme disfrutar de una carne tan exquisita! El cazador le respondió:– No, gracias a ti por dejarme probar tu maravilloso pescado.Mientras escuchaba estas palabras, al pescador se le pasó un pensamiento por la cabeza. – ¡Oye, amigo!…  ¿Por qué no repetimos?  A ti te encanta el pescado que pesco y a mí la carne que tú cazas ¡Podríamos hacer el intercambio todos los días! ¿Qué te parece? – ¡Oh, claro, claro que sí! A partir de entonces, todos los días al caer la tarde se reunían en el mismo lugar y cada uno se llevaba a su hogar lo que el otro había conseguido. El acuerdo parecía perfecto hasta que un día, un hombre que solía observarles en el punto de encuentro, se acercó a ellos y les dio un gran consejo. – Veo que cada tarde intercambian su comida y me parece una buena idea, pero corren el peligro de que un día dejen de disfrutar de su trabajo sabiendo que el beneficio se lo va a llevar el otro. Además ¿no creen que  pueden llegar aburrirse de comer siempre lo mismo otra vez?…  ¿No sería mejor que en vez de todas las tardes, intercambiaran las cestas una tarde sí y otra no? El pescador y el cazador se quedaron pensativos y se dieron cuenta de que el hombre tenía razón. Era mucho mejor intercambiarse las cestas en días alternos para no perder la ilusión y de paso, llevar una dieta más completa, saludable y variada. A partir de entonces, así lo hicieron durante el resto de su vida. Moraleja: Nunca pierdas la ilusión por lo que hagas e intenta disfrutar de las múltiples cosas que te ofrece la vida.

El oso polar y el oso pardo
Había una vez un oso polar y un oso pardo que vivían en un zoo. Cada uno tenía su propio espacio, adaptado a sus necesidades. Al oso pardo le habían recreado el hábitat de un bosque junto a una pequeña montaña. Mientras que al oso polar le había construido una increíble reproducción del Polo Norte. Al principio, cuando los osos llegaron, causaron un gran revuelo, y todo el mundo queria verlos. Sin embargo, con el paso del tiempo, casi nadie iba a ver al oso polar porque en su casa hacía mucho frío, y se entretenían viendo al oso pardo.
Un día, el oso pardo oyó a unos niños decir que él era mucho mejor que el oso polar. Al principio, al oso pardo le encantó la idea de ser el mejor de los dos, y se pavoneaba delante de los visitantes. Y así fue consiguiendo cada vez más y más visitas. Al cabo de pocas semanas, el oso pardo había logrado atraer la atención de todos los visitantes. El oso pardo era feliz. Pero entonces, escuchó a los veterinarios del zoo decir que el oso polar estaba tan triste que temían por su vida. - Morirá de pena si no hacemos algo -dijo uno de los veterinarios.- Si consiguiéramos que la gente fuera a visitarlo, tal vez podríamos salvarlo -dijo otro de los veterinarios.El oso pardo se sintió muy culpable en ese momento. Había acaparado la atención de todos los visitantes para demostrar que era el mejor. - Tengo que hacer algo por mi compañero -pensó el oso pardo-. Al fin y al cabo, los dos somos osos, aunque pertenezcamos a especies distintas. No puedo dejar que esté así de triste. Tengo que ayudarle.El oso pardo decidió esconderse y no salir. Pensó que así la gente iría en busca del oso polar. Una parte del plan funcionó, ya que consiguió que la gente fuera a visitar al oso polar. Pero cuando lo veían tan triste y deprimido se marchaban o, aún peor, le gritaban y le decían cosas feas.
Todo esto llegó a oídos del oso pardo, que se escondía cerca del vallado para escuchar lo que pasaba.- Esto no funciona -pensó el oso-. Tendré que hacer otra cosa. Con mucho esfuerzo y paciencia, el oso pardo consiguió abrir un hueco escarbando por la noche por debajo de las vallas de su jaula, cuando nadie le veía. Por la mañana, tapaba el agujero con hojas y ramas para que no le descubrieran. Cuando consiguió salir, el oso pardo se fue a la jaula del oso polar, que se puso muy contento al ver que tenía compañía. Ambos osos se abrazaron y empezaron a jugar toda la noche. Al amanecer los visitantes los encontraron durmiendo uno al lado del otro en la misma jaula y, entusiasmados, se agolpaban para ver aquella escena tan pintoresca.  - Tengo frío -dijo el oso pardo. Creo que debería irme a mi bosque.- Pero… ¿significa eso que volverás a visitarme? -preguntó el oso polar.- Por supuesto - respondió el oso pardo. Desde entonces, los dos osos reciben muchas visitas, incluso más que antes. Y a menudo los dos osos se visitan mutuamente y lo pasan en grande jugando juntos.
Cuentos para la actividad de la obra de Teatro en la habilidad trabajo en equipo
El caballo y el asno
Un hombre tenía un caballo y un asno.
Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al caballo:
- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo.
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo, suspirando dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!
Moraleja: Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo.

La cigarra y la hormiga
La cigarra era feliz disfrutando del verano:  El sol brillaba, las flores desprendían su aroma...y la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una pequeña hormiga, pasaba el día entero trabajando, recogiendo alimentos.
- ¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras canto algo para ti. – Le decía la cigarra a la hormiga.
- Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta holgazanería – le respondía la hormiga, mientras transportaba el grano, atareada.
La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.
Hasta que un día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se habían quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba por campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su vecina la hormiga, y se acercó a pedirle ayuda.
- Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.
La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.
- Dime amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?
- Cantaba y cantaba bajo el sol- contestó la cigarra.
- ¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno-
Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección.
Moraleja: Quien quiere pasar bien el invierno, mientras es joven debe aprovechar el tiempo.

Los dos amigos
En el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente. Muchas personas egoístas olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado que brindamos a los demás.
Esta historia se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era también del otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía.
Una noche, uno de los amigos despertó sobresaltado. Saltó de la cama, se vistió apresuradamente y se dirigió a la casa del otro. Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se despertaron. Los criados le abrieron la puerta, asustados, y él entró en la residencia. El dueño de la casa, que lo esperaba con una bolsa de dinero en una mano y su espada en la otra, le dijo:
- Amigo mío: sé que no eres hombre de salir corriendo en plena noche sin ningún motivo. Si viniste a mi casa es porque algo grave te sucede. Si perdiste dinero en el juego, aquí tienes, tómalo. Y si tuviste un altercado y necesitas ayuda para enfrentar a los que te persiguen, juntos pelearemos. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo.
El visitante respondió:
- Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos motivos. Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé que estabas intranquilo y triste, que la angustia te dominaba y que me necesitabas a tu lado. La pesadilla me preocupó y por eso vine a tu casa a estas horas. No podía estar seguro de que te encontrabas bien y tuve que comprobarlo por mí mismo.
Así actúa un verdadero amigo. No espera que su compañero acuda a él sino que, cuando supone que algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda.
Moraleja: La amistad es eso: estar atento a las necesidades del otro y tratar de ayudar a solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino también los pesares.
Si conoces alguna otra fábula para niños y quieres compartirla con nosotros y los demás padres, estaremos encantados de recibirla.

Los animales del bosque
Cuenta una historia que varios animales decidieron abrir una escuela en el bosque. Se reunieron y empezaron a elegir las disciplinas que serían impartidas durante el curso.
El pájaro insistió en que la escuela tuviera un curso de vuelo. El pez, que la natación fuera también incluida en el currículo. La ardilla creía que la enseñanza de subir en perpendicular en los árboles era fundamental. El conejo quería, de todas formas, que la carrera fuera también incluida en el programa de disciplinas de la escuela.
Y así siguieron los demás animales, sin saber que cometían un gran error. Todas las sugerencias fueron consideradas y aprobadas. Era obligatorio que todos los animales practicasen todas las disciplinas.
Al día siguiente, empezaron a poner en práctica el programa de estudios. Al principio, el conejo salió magníficamente en la carrera; nadie corría con tanta velocidad como él.
Sin embargo, las dificultades y los problemas empezaron cuando el conejo se puso a aprender a volar. Lo pusieron en una rama de un árbol, y le ordenaron que saltara y volará.
El conejo saltó desde arriba, y el golpe fue tan grande que se rompió las dos piernas. No aprendió a volar y, además, no pudo seguir corriendo como antes.
Al pájaro, que volaba y volaba como nadie, le obligaron a excavar agujeros como a un topo, pero claro, no lo consiguió.
Por el inmenso esfuerzo que tuvo que hacer, acabó rompiendo su pico y sus alas, quedando muchos días sin poder volar. Todo por intentar hacer lo mismo que un topo.
La misma situación fue vivida por un pez, una ardilla y un perro que no pudieron volar, saliendo todos heridos. Al final, la escuela tuvo que cerrar sus puertas.
Moraleja: ¿Y saben por qué? Porque los animales llegaron a la conclusión de que todos somos diferentes. Cada uno tiene sus virtudes y también sus debilidades. Un gato jamás ladrará como un perro, o nadará como un pez. No podemos obligar a que los demás sean, piensen, y hagan algunas cosas como nosotros. Lo que vamos conseguir con eso es que ellos sufran por no conseguir hacer algo de igual manera que nosotros, y por no hacer lo que realmente les gusta.
Debemos respetar las opiniones de los demás, así como sus capacidades y limitaciones. Si alguien es distinto a nosotros, no quiere decir que él sea mejor ni peor que nosotros. Es apenas alguien diferente a quien debemos respetar.

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